Quiero compartir un microcuento.
¿El Paseo Millonario?
Seguía parada en la esquina del banco, urgando mi bolso con apremio y un tanto de nerviosismo. Mis manos salían y entraban en la búsqueda incesante y con la esperanza de que algún billete que en el pasado se hubiera podido refundir encontrara el camino de regreso a la luz y a la vez el camino de regreso a mis dedos angustiados. no tenía ni para un pasaje y mi casa definitivamente estaba muy lejos para llegar caminando y con el traje que llevaba puesto, "el mejorcito", el de ocasión. Ese día había venido a presentarme a una entrevista de trabajo en la que tenía puestas todas mis esperanzas, pero hasta el dinero de venida al centro lo había prestado, pero el de regreso definitivamente no aparecía por ningún lado. Finalmente se me ocurrió una idea salvadora, usar una de mis tarjetas de crédito a sabiendas de que no tenían ni un centavo , pero de pronto la tecnología sufría un desperfecto y me entregaba cualquier billete despistado que me permitiera conseguir mi cometido.
Tan entretenida me encontraba que no noté el automovil de cuatro puertas que se plantó frente a mi en la misma y fatídica esquina del banco. Al parecer dos hombres presurosos descendieron y me tomaron por los antebrazos hasta casi levantarme del piso para hacerme ingresar violentamente al vehículo. No alcanzaba a entender que pasaba, hasta que los sujetos, tres en total con el conductor arrancaron a gran velocidad.
Después de múltiples amenazas y exhibiciones de armas, me aclararon que ese era un paseo millonario, que iban a desocupar mis cuentas y que me iban a tirar a la orilla del río. No se sí fue por el temor o simplemente por lo absurda que me sonó esa parte donde decían que iban a desocupar mis cuentas... mis cuentas, esas que yo misma soñaba con defraudar, con estafar, con atracar para al menos conseguir !el infeliz monto de un pasaje¡, pero me desaté en una carcajada. En una contagiosa y envolvente carcajada, que desde el colegio me había costado sanciones y reprimendas por su capacidad de arrastrar y adherir a su ejército montones de carcajadas a su alrededor, esa carcajada pegajosa. Los violentos sujetos no se lo creían. Mis ojos soltaban lágrimas y mi boca no lograba articular una frase con sentido, la carcajada me ahogaba la voz. Los sujetos empezaron a reirse sin saber ni porque lo hacían. Pero el conductor que no compartía mi asiento consiguió mantener la cabeza fría y recordó el objetivo del secuestro. Entre risas ahogadas uno de los de atrás, el más gordo hiló una dirección que el otro copió con dificultad y haciendo numerosas preguntas que el otro contestaba de manera fraccionada.. Cuando llegamos al primer banco de donde iban a sustraer gran cantidad de mi dinero, los músculos de los atracadores estaban completamente relajados y no conseguían ponerse en pie. El conductor trató de llamarles la atención, pero la escena de los tres revolcándonos de la risa en el asiento trasero fue la imágen que consiguió romper su determinación y aunque insistía bájense y traigan el dinero del cajero; su voz no sonaba como una orden sino como una sugerencia.
Cuando los agentes de la policía y los vigilantes del banco se percataron de nuestra presencia y de nuestro estacionamiento prohibido se acercaron a llamarnos la atención y a hacer una requisa. Mis amigos ladrones no salieron muy bien librados, en cambio yo, si logré resolver mi problema, porque la patrulla decidió acompañarme hasta mi residencia para evitar ser víctima nuevamente de atracadores de tan terrible condición. Yo apenas conseguía secarme las lágrimas y contener mi vejiga que se había llenado por el ejercicio continúo de la risa.
Magangué, 2.014
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