Aura o Las violetas Adaptación para teatro
Aura
o las violetas
Escena
Uno Campo de violetas
Narrador: Soy
la amiga que va a descorrer el velo tembloroso con que el tiempo oculta a
nuestros ojos los parajes encantados de la niñez; aspirar las brisas
embalsamadas de las playas de la adolescencia; recorrer con el alma aquella
senda de flores, iluminada primero por los ojos cariñosos de la madre, y luego
por las miradas ardientes de la mujer amada; traer al recuerdo las primeras
tempestades del corazón, las primeras borrascas del pensamiento, los primeros
suspiros y las primeras lágrimas de la pasión, es un consuelo y un alivio en la
adversidad.
Armando: ¡Primer
amor! ¡encanto de la vida, alborada de la felicidad; los rayos de su luz no
mueren nunca! ¡corona encantadora de la niñez, formada con las primeras flores
que brota el alma
Aura: ¡Qué
hermoso hablas amor mío!
Narrador: llegaron
al sitio de las «Violetas», espacio cubierto por grandes árboles, bajo cuya
sombra crecían en profusión, aquellas flores que ella amaba tanto, y al cual,
los campesinos habían dado aquel nombre poético y bello.
Armando:
Si mi dulce ser, pero tengo una triste noticia para darte.
Narrador:
Ella tomó las flores y le entregó un ramo atado con su cabello.
Aura: Toma,
éste es el tuyo
Armando: ¡Oh
amor mío!.
Aura: ¿Qué
tienes? ¿por qué lloras? ¿por qué estás triste?
Narrador: El hombre calló
porque no se atrevía a desgarrar el corazón de su amada, con la noticia de su partida.
Aura: Por
piedad, dime qué tienes, no me atormentes, ¿qué cosa tan horrible puede ser?
Armando:
Tengo que partir a la capital
Aura:
¿A dónde?
Armando:
A la capital a concluir mis estudios, mis familiares quieren apoyarme y bien
sabes que soy la esperanza de mi familia, de mi madre y de mis hermanas.
Narrador:
La joven se abrazó sollozante
Armando:
Lo menos que deseo es hacerte daño
Aura:
¡No te vayas, por Dios, no me abandones!
Narrador: ¡qué
cuadro aquél! ¡dos niños heridos por la primera ráfaga del dolor, y
estrechándose el uno al otro, como para protegerse contra la desgracia! El joven
cerró
los ojos para no verla llorar, apuró el paso, y dobló la senda que conducía a su
casa.
Escena dos Casa de
Armando
Narrador: Al
día siguiente la madre lo despidió entre lágrimas
Mamá de Armando: Hijo
mío parte a perseguir tu sueño, se feliz y vuelve cuando hayas alcanzado tu
meta de ser todo un profesional.
Armando.
Si madre, me parte el corazón verte llorar.
Mamá de Armando:
Son lágrimas que van a ser compensadas con tu esfuerzo
Armando:
No lo dudes madre mía.
Narrador.
Mientras madre e hijo se deshacían en un abrazo de despedida, por la ventana, apenas
descorrida, Aura vivía su propio duelo, mirando partir a su amor.
Armando:
Adiós madre cuídate mucho y cuida de mis hermanas
Mamá de Armando:
Así lo haré.
Escena tres Casa de
Armando
Narrador: Tres
años de abandono y soledad pasó Armando en los claustros de un colegio; la
imagen de la madre, y del amor, eran sus nuevos compañeros, en las largas horas de desesperación: las cartas, el único consuelo de su angustia, y,
la esperanza de tornar a verla, la única que acariciaba en sus dolores; al fin llegó el día deseado; como
bandada de perdices que abandonan una era, sus compañeros y él abandonamos el
colegio para salir a vacaciones, en los
primeros días de un hermoso mes de diciembre; iba contento, risueño, y lleno de
ilusiones, tornó a la casa paterna.
Mamá de Armando:
Armando, has regresado mi querido Armando
Armando:
Madre, madre mía como las he extrañado, y mis hermanas ¿cómo están?
Mamá de Armando:
Todo bien, ven vamos a saludarlas que están entretenidas en la cocina preparándote
un buen recibimiento.
Armando:
¿Y Aura? ¿cómo está Aura?
Mamá de Armando:
Ella está bien, pero después la verás.
Escena Tres Casa de Aura
Aura:
Ha regresado Armando
Mama de Aura:
Si, pero espero que no vayas a ofender al señor Gonzalo Pérez.
Aura:
¡Ay madre que compromiso tan difícil!
Mamá de Aura:
pero ya conoces nuestra situación, sin la ayuda de ese hombre no podemos salir
adelante, tu padre no nos dejó nada y Gonzalo con su bondad nos
tiende su mano.
Aura:
si madre no te defraudaré.
Escena cuatro Casa de Armando
Narrador: en
vano los ojos de Armando buscaban a los ojos de Aura, huía de sus miradas;
en vano quería hablarle a solas, pero huía de su presencia; indiferente y fría,
parecía no conservar ni el recuerdo de su antiguo amor. Un día sin poderlo soportar
más Armando preguntó a su madre, que pasaba con Aura.
Mamá de Armando:
Hijo no la juzgues, ella ha tenido que sacrificarse por su familia.
Armando:
Madre, pero yo le pedí que me esperara, mira que ya estoy graduado y puedo casarme
con ella.
Mamá de Armando:
La situación de su familia era insostenible y el señor Pérez ha sido muy bondadoso
según me cuenta su madre.
Narrador: la
tristeza cayó sobre el alma de Armando, como cae la sombra de la noche, sobre
el silencio helado de los mares; el cariño de su madre, no alcanzaba a consolarlo,
y niño, enamorado, solitario, el mundo le parecía un desierto sin un amigo
cariñoso, para confiarle sus dolores.
Escena Cinco Jardín de las
Violetas
Narrador: Dominado
por sus tristes pensamientos, y perseguido por amargas reflexiones, llegó
Armando una tarde al sitio de «Las Violetas» testigo en otro tiempo de su
felicidad; todo estaba lo mismo los árboles gigantescos, dando siempre sombra,
a la casta mansedumbre de esas flores; las mismas enredaderas, tejiendo
guirnaldas sobre la frente de los arbustos; la misma soledad, la misma calma;
pero en vano, buscó una huella de su última visita, no la halló; el viento no
guardaba ya, ni memoria de sus palabras; nuevas flores habían brotado en el
suelo; nuevos vientos habían soplado en la espesura, y murmullos y voces, muy
distintos, traía la brisa en sus flotantes alas; las violetas, daban su perfume
de siempre, abrillantando sus morados pétalos, con la luz amarilla del
crepúsculo; cogió algunas, y las llevó a sus labios, ¡ay! no eran las mismas
que ella acarició con su aliento, cuando niños, y tímidos, llegamos allí, a
decirnos el postrer adiós. De pronto
tuvo una visión
Aura: ¿Armando
por qué has venido?
Armando:
A buscar tu recuerdo. Aura, Aura mía ¿por qué me has aborrecido?
Aura. Sé
generoso, perdóname, y ten compasión de mí. Ese recuerdo ya no existe, ya no podemos
estar juntos.
Armando:
¿acaso no me amas?¡Cuánto has sufrido, amor mío!
Aura:
¡Ay Armando, no pongas en mi boca palabras que no puedo decir!
Armando: ¿Me
amas aún?
Aura: Sí,
mucho, mucho
Armando: ¿Me
olvidarás?
Aura: ¡Nunca!
Armando: Entonces,
¿por qué me has hecho sufrir tanto?
Aura: Calla,
por Dios, no me preguntes nada
Narrador:
Se sellaron en abrazo profundo y en él entregaron sus almas.
Armando:
¿Cuándo nos volveremos a ver?
Aura:
Muy pronto.
Armando: ¿Y,
entonces, me lo explicarás todo?
Aura: Sí,
mañana lo sabrás todo
Narrador: El dolor que embargaba el alma
de Armando era más profundo, que el de aquella otra tarde; se reclinó sobre el
sitio en que habían estado juntos, y allí permaneció largo rato, como abrazado
a su memoria, y dormido en el regazo del recuerdo.
Escena seis Casa de Aura
Mamá de Aura:
Al fin llegó el día, espero que cumplas con tu promesa
Aura:
Si madre lo haré, aunque en ello se me vaya la vida.
Mamá de Aura:
Por fortuna nadie ha hecho gran aspaviento de tu boda, así no correremos ningún
riesgo.
Aura:
Si te refieres a Armando ni siquiera he vuelto a hablarle.
Mamá de Aura:
Mejor así, ahora pon tu mejor cara que no vas para el matadero.
Narrador:
Salen de la casa como sombras seguidas de una corte de hermanos y hermanas que
esperan a conseguir en esa alianza una salvación para su precaria situación
económica.
Escena siete Casa de
Armando
Narrador: Armando
encuentra una carta de Aura que dice:
"Mucho he vacilado
en escribirte, pero no he podido resistir al deseo de hacerlo: sería el
tormento más grande de mi vida no haber ensayado siquiera vindicarme a tus
ojos; te he amado mucho, para no venir hoy, desesperada y triste, a suplicarte
que me perdones: perdóname, bien mío, si te arrastro conmigo a la desgracia;
¡en nombre de tu madre te lo pido! no maldigas a una mujer pobre y desvalida, a
quien obliga el infortunio a ser perjura; las olas de la desgracia me
arrebatan, me llevan lejos de ti; antes de hundirme te saludo; he luchado mucho
entre mi desgracia y mi amor; estoy vencida por la primera; antes de marchar al
sacrificio, vengo a decirte adiós; "Huérfana, infortunada, no he tenido
quien luche por mí, y he sucumbido; esta carta será la última que te escriba;
mañana la distancia, y pocos días después, el deber, alzarán un muro
inaccesible entre los dos; "Temo decirte la verdad, pero es preciso;
mañana parto; ¡esta es mi despedida!;.. hubiera querido como aquella tarde,
víspera de tu viaje, abrazarme contigo antes de partir, pero no me he sentido
con fuerzas para hacerlo; comprendo que tu amor me haría vacilar; no te vuelvo
tus cartas, tus versos, ni tu retrato; déjamelos llevar, son mi tesoro.
"¡Ay! ¡despidámonos también, de todos nuestros planes de ventura para lo
por venir, porque todo ha acabado entre los dos!... ¡el destino lo ha querido
así; vacilo al decirte la verdad toda la verdad; pero es preciso que la sepas
por cruel que ella, sea; es preciso que sepas que entre los dos no puede
existir nada, ¡porque muy pronto seré de otro hombre!... "Perdóname, si
desgarro tu alma, con esta confesión, yo también tengo desgarrada la mía; no me
llames perjura, no me condenes, sólo vengo a implorar tu compasión. "La
causa de mi conducta tal vez no podrás saberla nunca, pero te juro que te amo.
"Perdóname si te he hecho desgraciado; no me desprecies nunca, ódiame más
bien, porque hay odios que son el reflejo del amor; tu desprecio sería el
castigo de una falta de que no soy culpable; ¡quién pudiera mostrarte el
corazón en esta carta! "¡La Religión es el consuelo de las almas
creyentes; la Filosofía, dicen, que es el de las almas fuertes; yo me acojo a
la primera, ¡Dios tenga piedad de ti! "Adiós, no me maldigas, perdóname.
Armando: Madre,
¿Por qué nunca me dijiste que Aura tenía un compromiso con el señor Pérez, que iban
a casarse?
Mamá de Armando:
Hijo, si te dije que tuvieras
consideración por ella, porque estaba obligada por su familia, su madre enferma
y sus cinco hermanos, después de la muerte del padre en la guerra todo se ha
venido abajo.
Armando:
Madre esa no es razón suficiente para mi corazón enamorado.
Mamá de Armando:
Hijo nada se puede hacer ya.
Armando:
Claro que, si se puede hacer algo, voy a la iglesia.
Mamá de Armando:
¡No hijo, es una locura, hijo regresa!
Escena 7 Iglesia
Narrador: Armando
salió con su mozo Pablo, quien lo condujo desde la hacienda hasta la casa del pueblo
y al cruzar por la iglesia tuvieron la más terrible visión. Aura saliendo del
brazo del señor Pérez.
Pablo:
Señor, por favor vamos, no haga un escándalo.
Armando:
¡Aura, Aura!
Aura: ¡Dios
mío!
Pablo:
señor déjese llevar
Armando:
¿A dónde puedes llevarme para que mi dolor nos e atan grande?
Pablo:
Señor vamos a su casa, vamos.
Narrador: Poco
antes de llegar a la puerta, por el mismo camino que la comitiva había llevado,
sus pies tropezaron con un objeto, se inclinó para recogerlo: ¡era un ramo de
violetas! ¿había sido desprendido del traje de Aura, o dejado caer por ella, en
el acto de la sorpresa? ¿era aquello una casualidad o era un recuerdo?, al
acercarlo a sus labios, le pareció notar que las gotas de su llanto, le habían
servido de rocío. Finalmente Armando se
dejó conducir lo que quedaba de su alma rota hasta su casa, al abrigo de su
madre.
Escena ocho Casa de
Armando
Armando: Madre
desfallezco
Mamá de Armando:
Hijo es la voluntad divina
Armando:
Madre eso no me consuela.
Mamá de Armando:
Dios es nuestra guía y debemos seguir su santa voluntad.
Narrador: Armando
lleno de dolor le escribió una carta a Aura:
Hoy que llevas la blanca
sien ornada Por la hermosa corona de azahares, Hoy que ya has roto nuestra fe
jurada, Quiero darte mis últimos cantares; Hoy que tronchaste mi ilusión amada
Al postrarte a los pies de los altares, Quiero que escuches mi postrer lamento,
Última luz que da mi pensamiento. Abandona el festín, y ven conmigo, Hablemos
de los años que han pasado. ¿Me recuerdas? Yo soy aquel amigo Que, siendo niño,
jugueteó a tu lado, Que cuando no teníamos un testigo Y vagábamos solos por el
prado, Te daba rosas, y sencillamente Te besaba en los labios y en la frente.
El
templo abandoné, los que me vieron Advertirían las huellas de mi lloro. ¡Y qué
me importa a mí, si comprendieron Que te amo con delirio y que te adoro, Si hoy
te lo digo en esta despedida Que te doy con el alma y con la vida! Adiós,
mujer, si acaso a tu ventura Faltaba el sacrificio de la mía, Ahí la tienes
también; ¡adiós, perjura! Que seas feliz, pues nunca en mi agonía Podría yo
contemplar que la amargura Tu vida entristeciera un solo día. ¡Adiós! en prueba
de mi inmenso encono, ¡Te saludo al morir, y te perdono!
Escena Nueve Casa de
Armando
Narrador: Dos
meses habían transcurrido; el dolor no había muerto, se había adormecido en el
corazón; la paz, empezaba a renacer en la casa, y Armando le ocultaba a su madre
la tristeza que lo devoraba, fingiendo que el olvido penetraba poco a poco en su
alma. Hasta que la vio muy elegante con su esposo.
Armando: Voy a escribirle
una carta donde le exprese que, si no pudo ser mi esposa, no voy a dejarla de amar.
Narrador:
La carta de Aura no se hizo esperar y le respondió:
" ¿Olvidas que soy
casada? ¿no sabes lo que encierra esta palabra para una mujer de honor?; no
pretendas quitar al martirio, lo único que puede ennoblecerlo: la virtud;
ninguna pretensión de amor, sobre una mujer casada, deja de ser un crimen: al
ser que se ama, no se le arroja lodo”
Esta carta, fue la última
palabra entre los dos, y, Armando comprendió que no debía guardar esperanza
alguna; mi orgullo, se rebeló contra su dignidad, y se propuso fingir
indiferencia, hasta hacerle comprender que la había olvidado.
Pasaron varios días hasta
que llegó un mozo de la hacienda del señor Pérez,
Juan: ¿Señor
Armando?
Armando:
Si, yo soy.
Juan:
Me manda el señor Pérez con esta misiva urgente.
Armando:
Ya veo, dice «Caballero: no lo conozco, pero una circunstancia de familia, me
hace pedirle el honor de que venga, se lo suplico; bástenos saber que la
tranquilidad de mi esposa, y la mía dependen de su presencia; hágalo por favor;
venga.»
Juan:
¿Me va a acompañar?
Armando:
Claro que sí.
Escena Diez casa del
señor Pérez
Narrador:
De camino el mozo no adelantó ningún detalle, cuando llegaron en la casa había
luto. ¡Había un silencio profundo en toda la casa! Armando alcanzó a alegrarse
pensando que era el esposo de Aura, aunque del todo no estaba convencido.
Señor Pérez: Aura,
amaba tanto estas flores, que me suplicó que con ellas adornara su cadáver, y
cubriera su tumba.
Armando: ¿Qué
ha pasado?
Señor Pérez: ¿La
has amado mucho?
Armando: Como
a una hermana. Fue la compañera de mi infancia, mi amiga más íntima, y más
querida.
Señor: ¡Ah!
entonces usted es Armando.
Armando: Sí.
Señor Pérez: Ella
lo amaba mucho, fue el último nombre que pronunció, y sus labios se cerraron
para siempre, después de llamarlos por última vez
Armando: ¡Ah!
señor usted es muy cruel; ¿me ha llamado sólo para esto?
Señor Pérez: Perdonadme,
ha llegado demasiado tarde; cuando lo mandé llamar, no nos pareció que
estuviera de muerte; ella misma abrigaba la esperanza de verlo, pero media hora
después de haberse ido Juan empezó a agonizar, y a poco, estaba ya en el cielo;
¡ah! Señor! Antes de morir me contó toda la verdad sobre su amor. ¡ay! aquella
mujer era una santa.
Armando:
Una mártir
Señor Pérez: Sí,
una mártir, y yo, que creí hacerla feliz... ¡Dios mío! ¡y en vez de ser su
protector, fui su verdugo! ¡yo la he matado! ¡desgraciado de mí! perdóname,
ángel mío, víctima mía, perdona a tu asesino.
Armando: No
se desespere así, no ha tenido la culpa; el crimen, lo constituye la intención,
y usted pensaba en su felicidad.
Señor Pérez: Es
muy generoso en consolarme, ¡yo os he hecho sufrir tanto! pero me lo perdonas
yo no he sido culpable, ¿no es verdad que me perdonas?
Armando:
Lo perdono en su nombre, y en el mío, el mal involuntario que no ha hecho;
Señor Pérez: Ya
que la ha amado tanto, acompáñeme a orar por ella.
Escena Once cementerio
Narrador:
Armando a la sombra de una tumba vecina, había presenciado todo el entierro, avanzó
silencioso hacia la tumba que había suido cubierta con tierra fresca. Se abrazó
a la lápida y lloró. En aquel coloquio fúnebre, le contó todas las tristezas de
su vida, desde que se habían separado; ¡todas sus luchas y su infortunio!¡ de
promesas para la eternidad!
Pablo:
Vamos patrón, que se va a enfermar, vamos
Armando: ¡Ay
Pablo! no voy a poder vivir sin ella.
Pablo:
Claro que si vamos a su casa.
Narrador:
Armando deseaba ir de una vez a la tumba, pero a diferencia de Aura no pudo contar
con el perfume de las violetas, ni con la oración de su madre, ni el llanto de sus
hermanas. Solo una guadua tiene escrito su nombre, zarzas espinosas, rodean en
vez de flores, su sepulcro, y la soledad que ya reinaba en su alma, reina hoy
sombría, en torno de su fosa... la historia de su dolor, mal escrita, por la
mano de la amistad, es cuanto queda de él