Tertulia Literaria La Metamorfosis

Tertulia Literaria La Metamorfosis

viernes, 16 de agosto de 2024

 Aura o Las violetas Adaptación para teatro 

Aura o las violetas

Escena Uno  Campo de violetas

Narrador: Soy la amiga que va a descorrer el velo tembloroso con que el tiempo oculta a nuestros ojos los parajes encantados de la niñez; aspirar las brisas embalsamadas de las playas de la adolescencia; recorrer con el alma aquella senda de flores, iluminada primero por los ojos cariñosos de la madre, y luego por las miradas ardientes de la mujer amada; traer al recuerdo las primeras tempestades del corazón, las primeras borrascas del pensamiento, los primeros suspiros y las primeras lágrimas de la pasión, es un consuelo y un alivio en la adversidad.

Armando: ¡Primer amor! ¡encanto de la vida, alborada de la felicidad; los rayos de su luz no mueren nunca! ¡corona encantadora de la niñez, formada con las primeras flores que brota el alma

Aura: ¡Qué hermoso hablas amor mío!

Narrador: llegaron al sitio de las «Violetas», espacio cubierto por grandes árboles, bajo cuya sombra crecían en profusión, aquellas flores que ella amaba tanto, y al cual, los campesinos habían dado aquel nombre poético y bello.

Armando: Si mi dulce ser, pero tengo una triste noticia para darte.

Narrador: Ella tomó las flores y le entregó un ramo atado con su cabello.

Aura: Toma, éste es el tuyo

Armando: ¡Oh amor mío!.

Aura: ¿Qué tienes? ¿por qué lloras? ¿por qué estás triste?

Narrador: El hombre calló porque no se atrevía a desgarrar el corazón de su amada, con la noticia de su partida.
Aura:
 Por piedad, dime qué tienes, no me atormentes, ¿qué cosa tan horrible puede ser?

Armando: Tengo que partir a la capital

Aura: ¿A dónde?

Armando: A la capital a concluir mis estudios, mis familiares quieren apoyarme y bien sabes que soy la esperanza de mi familia, de mi madre y de mis hermanas.

Narrador:  La joven se abrazó sollozante

Armando: Lo menos que deseo es hacerte daño

Aura: ¡No te vayas, por Dios, no me abandones!

Narrador: ¡qué cuadro aquél! ¡dos niños heridos por la primera ráfaga del dolor, y estrechándose el uno al otro, como para protegerse contra la desgracia! El joven cerró los ojos para no verla llorar, apuró el paso, y dobló la senda que conducía a su casa.

 

Escena dos Casa de Armando

Narrador: Al día siguiente la madre lo despidió entre lágrimas

Mamá de Armando: Hijo mío parte a perseguir tu sueño, se feliz y vuelve cuando hayas alcanzado tu meta de ser todo un profesional.

Armando. Si madre, me parte el corazón verte llorar.

Mamá de Armando: Son lágrimas que van a ser compensadas con tu esfuerzo

Armando: No lo dudes madre mía.

Narrador. Mientras madre e hijo se deshacían en un abrazo de despedida, por la ventana, apenas descorrida, Aura vivía su propio duelo, mirando partir a su amor.

Armando: Adiós madre cuídate mucho y cuida de mis hermanas

Mamá de Armando: Así lo haré.

Escena tres Casa de Armando

Narrador: Tres años de abandono y soledad pasó Armando en los claustros de un colegio; la imagen de la madre, y del amor, eran sus nuevos compañeros, en las  largas horas de desesperación: las  cartas, el único consuelo de su angustia, y, la esperanza de tornar a verla, la única que acariciaba en sus  dolores; al fin llegó el día deseado; como bandada de perdices que abandonan una era, sus compañeros y él abandonamos el colegio para  salir a vacaciones, en los primeros días de un hermoso mes de diciembre; iba contento, risueño, y lleno de ilusiones, tornó a la casa paterna.

Mamá de Armando: Armando, has regresado mi querido Armando

Armando: Madre, madre mía como las he extrañado, y mis hermanas ¿cómo están?

Mamá de Armando: Todo bien, ven vamos a saludarlas que están entretenidas en la cocina preparándote un buen recibimiento.

Armando: ¿Y Aura? ¿cómo está Aura?

Mamá de Armando: Ella está bien, pero después la verás.

 

Escena Tres Casa de Aura

Aura: Ha regresado Armando

Mama de Aura: Si, pero espero que no vayas a ofender al señor Gonzalo Pérez.

Aura: ¡Ay madre que compromiso tan difícil!

Mamá de Aura: pero ya conoces nuestra situación, sin la ayuda de ese hombre no podemos salir adelante, tu padre no nos dejó nada y Gonzalo con su bondad   nos tiende su mano.

Aura: si madre no te defraudaré.

Escena cuatro Casa de Armando

Narrador: en vano los ojos de Armando   buscaban a los ojos de Aura, huía de sus miradas; en vano quería hablarle a solas, pero huía de su presencia; indiferente y fría, parecía no conservar ni el recuerdo de su antiguo amor. Un día sin poderlo soportar más Armando preguntó a su madre, que pasaba con Aura.

Mamá de Armando: Hijo no la juzgues, ella ha tenido que sacrificarse por su familia.

Armando: Madre, pero yo le pedí que me esperara, mira que ya estoy graduado y puedo casarme con ella.

Mamá de Armando: La situación de su familia era insostenible y el señor Pérez ha sido muy bondadoso según me cuenta su madre.

Narrador: la tristeza cayó sobre el alma de Armando, como cae la sombra de la noche, sobre el silencio helado de los mares; el cariño de su madre, no alcanzaba a consolarlo, y niño, enamorado, solitario, el mundo le parecía un desierto sin un amigo cariñoso, para confiarle sus dolores.

Escena Cinco Jardín de las Violetas

Narrador: Dominado por sus tristes pensamientos, y perseguido por amargas reflexiones, llegó Armando una tarde al sitio de «Las Violetas» testigo en otro tiempo de su felicidad; todo estaba lo mismo los árboles gigantescos, dando siempre sombra, a la casta mansedumbre de esas flores; las mismas enredaderas, tejiendo guirnaldas sobre la frente de los arbustos; la misma soledad, la misma calma; pero en vano, buscó una huella de su última visita, no la halló; el viento no guardaba ya, ni memoria de sus palabras; nuevas flores habían brotado en el suelo; nuevos vientos habían soplado en la espesura, y murmullos y voces, muy distintos, traía la brisa en sus flotantes alas; las violetas, daban su perfume de siempre, abrillantando sus morados pétalos, con la luz amarilla del crepúsculo; cogió algunas, y las llevó a sus labios, ¡ay! no eran las mismas que ella acarició con su aliento, cuando niños, y tímidos, llegamos allí, a decirnos el postrer adiós.  De pronto tuvo una visión

Aura: ¿Armando por qué has venido?

Armando: A buscar tu recuerdo. Aura, Aura mía ¿por qué me has aborrecido?

Aura. Sé generoso, perdóname, y ten compasión de mí. Ese recuerdo ya no existe, ya no podemos estar juntos.

Armando: ¿acaso no me amas?¡Cuánto has sufrido, amor mío!

Aura: ¡Ay Armando, no pongas en mi boca palabras que no puedo decir!

Armando: ¿Me amas aún?

Aura: Sí, mucho, mucho

Armando: ¿Me olvidarás?

Aura: ¡Nunca!

Armando: Entonces, ¿por qué me has hecho sufrir tanto?

Aura: Calla, por Dios, no me preguntes nada

Narrador: Se sellaron en abrazo profundo y en él entregaron sus almas.

Armando: ¿Cuándo nos volveremos a ver?

Aura: Muy pronto.

Armando: ¿Y, entonces, me lo explicarás todo?

Aura: Sí, mañana lo sabrás todo

 Narrador: El dolor que embargaba el alma de Armando era más profundo, que el de aquella otra tarde; se reclinó sobre el sitio en que habían estado juntos, y allí permaneció largo rato, como abrazado a su memoria, y dormido en el regazo del recuerdo.

 

Escena seis Casa de Aura

Mamá de Aura: Al fin llegó el día, espero que cumplas con tu promesa

Aura: Si madre lo haré, aunque en ello se me vaya la vida.

Mamá de Aura: Por fortuna nadie ha hecho gran aspaviento de tu boda, así no correremos ningún riesgo.

Aura: Si te refieres a Armando ni siquiera he vuelto a hablarle.

Mamá de Aura: Mejor así, ahora pon tu mejor cara que no vas para el matadero.

Narrador: Salen de la casa como sombras seguidas de una corte de hermanos y hermanas que esperan a conseguir en esa alianza una salvación para su precaria situación económica.

 

Escena siete Casa de Armando

Narrador: Armando encuentra una carta de Aura que dice:

"Mucho he vacilado en escribirte, pero no he podido resistir al deseo de hacerlo: sería el tormento más grande de mi vida no haber ensayado siquiera vindicarme a tus ojos; te he amado mucho, para no venir hoy, desesperada y triste, a suplicarte que me perdones: perdóname, bien mío, si te arrastro conmigo a la desgracia; ¡en nombre de tu madre te lo pido! no maldigas a una mujer pobre y desvalida, a quien obliga el infortunio a ser perjura; las olas de la desgracia me arrebatan, me llevan lejos de ti; antes de hundirme te saludo; he luchado mucho entre mi desgracia y mi amor; estoy vencida por la primera; antes de marchar al sacrificio, vengo a decirte adiós; "Huérfana, infortunada, no he tenido quien luche por mí, y he sucumbido; esta carta será la última que te escriba; mañana la distancia, y pocos días después, el deber, alzarán un muro inaccesible entre los dos; "Temo decirte la verdad, pero es preciso; mañana parto; ¡esta es mi despedida!;.. hubiera querido como aquella tarde, víspera de tu viaje, abrazarme contigo antes de partir, pero no me he sentido con fuerzas para hacerlo; comprendo que tu amor me haría vacilar; no te vuelvo tus cartas, tus versos, ni tu retrato; déjamelos llevar, son mi tesoro. "¡Ay! ¡despidámonos también, de todos nuestros planes de ventura para lo por venir, porque todo ha acabado entre los dos!... ¡el destino lo ha querido así; vacilo al decirte la verdad toda la verdad; pero es preciso que la sepas por cruel que ella, sea; es preciso que sepas que entre los dos no puede existir nada, ¡porque muy pronto seré de otro hombre!... "Perdóname, si desgarro tu alma, con esta confesión, yo también tengo desgarrada la mía; no me llames perjura, no me condenes, sólo vengo a implorar tu compasión. "La causa de mi conducta tal vez no podrás saberla nunca, pero te juro que te amo. "Perdóname si te he hecho desgraciado; no me desprecies nunca, ódiame más bien, porque hay odios que son el reflejo del amor; tu desprecio sería el castigo de una falta de que no soy culpable; ¡quién pudiera mostrarte el corazón en esta carta! "¡La Religión es el consuelo de las almas creyentes; la Filosofía, dicen, que es el de las almas fuertes; yo me acojo a la primera, ¡Dios tenga piedad de ti! "Adiós, no me maldigas, perdóname.

Armando: Madre, ¿Por qué nunca me dijiste que Aura tenía un compromiso con el señor Pérez, que iban a casarse?

Mamá de Armando:  Hijo, si te dije que tuvieras consideración por ella, porque estaba obligada por su familia, su madre enferma y sus cinco hermanos, después de la muerte del padre en la guerra todo se ha venido abajo.

Armando: Madre esa no es razón suficiente para mi corazón enamorado.

Mamá de Armando: Hijo nada se puede hacer ya.

Armando: Claro que, si se puede hacer algo, voy a la iglesia.

Mamá de Armando: ¡No hijo, es una locura, hijo regresa!

 

Escena 7 Iglesia

Narrador: Armando salió con su mozo Pablo, quien lo condujo desde la hacienda hasta la casa del pueblo y al cruzar por la iglesia tuvieron la más terrible visión. Aura saliendo del brazo del señor Pérez.

Pablo: Señor, por favor vamos, no haga un escándalo.

Armando: ¡Aura, Aura!

Aura: ¡Dios mío!

Pablo: señor déjese llevar

Armando: ¿A dónde puedes llevarme para que mi dolor nos e atan grande?

Pablo: Señor vamos a su casa, vamos.

Narrador: Poco antes de llegar a la puerta, por el mismo camino que la comitiva había llevado, sus pies tropezaron con un objeto, se inclinó para recogerlo: ¡era un ramo de violetas! ¿había sido desprendido del traje de Aura, o dejado caer por ella, en el acto de la sorpresa? ¿era aquello una casualidad o era un recuerdo?, al acercarlo a sus labios, le pareció notar que las gotas de su llanto, le habían servido de rocío.  Finalmente Armando se dejó conducir lo que quedaba de su alma rota hasta su casa, al abrigo de su madre.

Escena ocho Casa de Armando

Armando: Madre desfallezco

Mamá de Armando: Hijo es la voluntad divina

Armando: Madre eso no me consuela.

Mamá de Armando: Dios es nuestra guía y debemos seguir su santa voluntad.

Narrador: Armando lleno de dolor le escribió una carta a Aura:

Hoy que llevas la blanca sien ornada Por la hermosa corona de azahares, Hoy que ya has roto nuestra fe jurada, Quiero darte mis últimos cantares; Hoy que tronchaste mi ilusión amada Al postrarte a los pies de los altares, Quiero que escuches mi postrer lamento, Última luz que da mi pensamiento. Abandona el festín, y ven conmigo, Hablemos de los años que han pasado. ¿Me recuerdas? Yo soy aquel amigo Que, siendo niño, jugueteó a tu lado, Que cuando no teníamos un testigo Y vagábamos solos por el prado, Te daba rosas, y sencillamente Te besaba en los labios y en la frente. El templo abandoné, los que me vieron Advertirían las huellas de mi lloro. ¡Y qué me importa a mí, si comprendieron Que te amo con delirio y que te adoro, Si hoy te lo digo en esta despedida Que te doy con el alma y con la vida! Adiós, mujer, si acaso a tu ventura Faltaba el sacrificio de la mía, Ahí la tienes también; ¡adiós, perjura! Que seas feliz, pues nunca en mi agonía Podría yo contemplar que la amargura Tu vida entristeciera un solo día. ¡Adiós! en prueba de mi inmenso encono, ¡Te saludo al morir, y te perdono!

Escena Nueve Casa de Armando

Narrador: Dos meses habían transcurrido; el dolor no había muerto, se había adormecido en el corazón; la paz, empezaba a renacer en la casa, y Armando le ocultaba a su madre la tristeza que lo devoraba, fingiendo que el olvido penetraba poco a poco en su alma. Hasta que la vio muy elegante con su esposo.

Armando: Voy a escribirle una carta donde le exprese que, si no pudo ser mi esposa, no voy a dejarla de amar.

Narrador: La carta de Aura no se hizo esperar y le respondió:

" ¿Olvidas que soy casada? ¿no sabes lo que encierra esta palabra para una mujer de honor?; no pretendas quitar al martirio, lo único que puede ennoblecerlo: la virtud; ninguna pretensión de amor, sobre una mujer casada, deja de ser un crimen: al ser que se ama, no se le arroja lodo”

Esta carta, fue la última palabra entre los dos, y, Armando comprendió que no debía guardar esperanza alguna; mi orgullo, se rebeló contra su dignidad, y se propuso fingir indiferencia, hasta hacerle comprender que la había olvidado.

Pasaron varios días hasta que llegó un mozo de la hacienda del señor Pérez,

Juan: ¿Señor Armando?

Armando: Si, yo soy.

Juan: Me manda el señor Pérez con esta misiva urgente.

Armando: Ya veo, dice «Caballero: no lo conozco, pero una circunstancia de familia, me hace pedirle el honor de que venga, se lo suplico; bástenos saber que la tranquilidad de mi esposa, y la mía dependen de su presencia; hágalo por favor; venga.»

Juan: ¿Me va a acompañar?

Armando: Claro que sí.

 

Escena Diez casa del señor Pérez

Narrador: De camino el mozo no adelantó ningún detalle, cuando llegaron en la casa había luto. ¡Había un silencio profundo en toda la casa! Armando alcanzó a alegrarse pensando que era el esposo de Aura, aunque del todo no estaba convencido.

Señor Pérez: Aura, amaba tanto estas flores, que me suplicó que con ellas adornara su cadáver, y cubriera su tumba.

Armando: ¿Qué ha pasado?

Señor Pérez: ¿La has amado mucho?

Armando: Como a una hermana. Fue la compañera de mi infancia, mi amiga más íntima, y más querida.

Señor: ¡Ah! entonces usted es Armando.

Armando: Sí.

Señor Pérez: Ella lo amaba mucho, fue el último nombre que pronunció, y sus labios se cerraron para siempre, después de llamarlos por última vez

Armando: ¡Ah! señor usted es muy cruel; ¿me ha llamado sólo para esto?

Señor Pérez: Perdonadme, ha llegado demasiado tarde; cuando lo mandé llamar, no nos pareció que estuviera de muerte; ella misma abrigaba la esperanza de verlo, pero media hora después de haberse ido Juan empezó a agonizar, y a poco, estaba ya en el cielo; ¡ah! Señor! Antes de morir me contó toda la verdad sobre su amor. ¡ay! aquella mujer era una santa.

Armando: Una mártir

Señor Pérez: Sí, una mártir, y yo, que creí hacerla feliz... ¡Dios mío! ¡y en vez de ser su protector, fui su verdugo! ¡yo la he matado! ¡desgraciado de mí! perdóname, ángel mío, víctima mía, perdona a tu asesino.

Armando: No se desespere así, no ha tenido la culpa; el crimen, lo constituye la intención, y usted pensaba en su felicidad.

Señor Pérez: Es muy generoso en consolarme, ¡yo os he hecho sufrir tanto! pero me lo perdonas yo no he sido culpable, ¿no es verdad que me perdonas?

Armando: Lo perdono en su nombre, y en el mío, el mal involuntario que no ha hecho;

Señor Pérez: Ya que la ha amado tanto, acompáñeme a orar por ella.

 

Escena Once cementerio

Narrador: Armando a la sombra de una tumba vecina, había presenciado todo el entierro, avanzó silencioso hacia la tumba que había suido cubierta con tierra fresca. Se abrazó a la lápida y lloró. En aquel coloquio fúnebre, le contó todas las tristezas de su vida, desde que se habían separado; ¡todas sus luchas y su infortunio!¡ de promesas para la eternidad!

Pablo: Vamos patrón, que se va a enfermar, vamos

Armando: ¡Ay Pablo! no voy a poder vivir sin ella.

Pablo: Claro que si vamos a su casa.  

Narrador: Armando deseaba ir de una vez a la tumba, pero a diferencia de Aura no pudo contar con el perfume de las violetas, ni con la oración de su madre, ni el llanto de sus hermanas. Solo una guadua tiene escrito su nombre, zarzas espinosas, rodean en vez de flores, su sepulcro, y la soledad que ya reinaba en su alma, reina hoy sombría, en torno de su fosa... la historia de su dolor, mal escrita, por la mano de la amistad, es cuanto queda de él

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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