Quiero
contarte que tuve un buen día
Desperté. Me senté en el borde de la cama con
los codos sobre las piernas y las manos en la cara, tratando de recordar quien
soy. Varios segundos después me puse de pie, hice ejercicios y me alisté para
ir a trabajar.
Revisé negocios, mandé informes y contesté
llamadas. Estuve en reuniones, presenté ideas y aguanté regaños. Tome mucha
agua. No deje de pensar en ti.
No pude llamarte ni escribirte.
No encontré manera humana de hacerte saber que estaba pensando en ti.
Quise escribirte.
Nos conocimos un día como hoy ¿Te acuerdas?
¡¡Yo sí!! Todos los días.
Los detalles de cómo sucedieron
las cosas no son imprescindibles, nunca quiero pensar. Me fastidia. Lo único que rescato, es que ninguno de los
dos quería estar en ese lugar dónde nos vimos por primera vez.
Empezamos a hablar y supe más de
ti en diez minutos, que lo que se de gente que conozco de toda la vida. Fuiste
genial, auténtica, frentera, y segura. Sonriente pero franca. Transparente pero
impredecible.
Todo tu cuerpo concordaba con
todo lo tuyo, hasta tus gestos protagonizaban y tu sonrisa... Me hacía temblar,
¿me daría fiebre?
La mañana siguiente te llamé.
Hablamos dos horas. Una semana después te besé, reuní valor ocho días. A los
quince días discutíamos de religión, política, y géneros. Compartimos música y
nada nos molestaba.
Desde ese día hasta hoy he querido decirte,
que siento como si siempre te hubiese estado esperando.
Jorge F. Botero
Magangué, diciembre de 2.014
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