Nunca como ahora han habido tantas estrategias para que los niños se animen a la lectura. Pero tampoco han habido tantas y tantas amenazas a ese propósito. Los medios electrónicos han arrebatado la atención del libro, pero tmpoco quiere decir que lo hayan sustituído. Lo que pasa es que la exigencia es mayor. Ser un buen lector requiere convertirse en un culebrero, en un encantador de serpientes, en un vendedor de plaza pública y en una hada escapada de cualquier bosque milenario. Leer en voz alta, no es un ejercicio fácil, requiere además de unas excelentes condiciones y conocimientos gramaticales y morfológicos del idioma, exige una entonación precisa e intencionada, un conocimiento profundo del texto, casi que de memoria y una puesta en escena. No es solo tomar un libro y abrirlo como una rutina semejante a beber un café o untar de mantequilla una tostada. Requiere planificación no tanto como evento, como encuentro, como actividad, sino que requiere el calentamiento previo del deportista, el entrenamiento cuidadoso, esmerado y continuo. Para que la lectura pueda arrebatarle la atención a los lectores deben trasportarlos a un mundo tan mágico como el de todas las otras ofertas visuales.
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