Súbase
Por:
María Alixon Botero
-
¡Venga súbase rápido que lo van a matar!
Estas
fueron las palabras de un hombre mayor, con cara de bonachón que transitaba
conduciendo su camioneta blanca, por una calle del centro de la ciudad, cuando
vio que otro hombre de tez morena, algo mayor, mal trajeado y que él conocía,
aunque era de menos edad que el conductor, era perseguido por una turba
enardecida, que lo amenazaban con palos y piedras. Tenía
los ojos desorbitados y corría sin freno, seguido de los otros que lo tenían
azuzado y que parecía que querían ultimarlo. Sin dudarlo, el hombre que
llamaban Polo, abrió la puerta del pasajero e ingresó al vehículo que
apresuradamente siguió su camino con los dos hombres a bordo.
Quienes
asistieron al evento, hicieron su propia lectura e inmediatamente llamaron a la
policía y dieron cuenta del suceso, como el momento trágico en que un loco se
subió al carro de un señor prestante, el padre de un comerciante afamado de la
zona, quien en esos momentos podía estar corriendo la peor de las suertes.
El
comerciante también fue informado y de inmediato se inició el operativo. Las
fuerzas policiales recorrieron la zona indagando apresuradamente y siguiendo el
rastro que podía haber dejado el trastornado personaje.
Los
minutos parecían cruciales para lograr el objetivo, salvar a Don Pedro, que era
cono se llamaba la víctima, de las garras insaciables del loco Polo como lo
llamaban en el lugar.
El
hombre y su camioneta eran muy conocidos, fue fácil adelantar las pesquisas,
vecinos de diferentes sectores dieron sus versiones, algunas encontradas. Efectivamente,
el señor había pasado con otro en el asiento del pasajero, pero todavía era él
quien conducía. Su esposa y su hijo se tranquilizaban un poco con los avances
que les daba la policía, pero aún así el padre y esposo no aparecía.
El
hijo tomó una motocicleta y con desespero empezó a peinar la zona, subía y
bajaba, llamaba por teléfono, recibía informes, pero nada, no estaba por
ninguna parte. El desespero se dibujaba en los rostros de los familiares, el
corazón palpitaba con desespero esperando la noticia fatídica y el desenlace
fatal, cuando de pronto, con paso somnoliento, como era habitual en su manera
de conducir, el hombre llegó al frente del establecimiento comercial de su
hijo, sin un rasguño y sin el temible acompañante.
Casi a gritos fue interrogado por los
angustiados familiares:
-
¿Papá qué le pasó?
-
¿Por qué? –
respondió el hombre serenamente.
-
¡Por qué mucha gente vio cuando a usted se le subió un
loco al carro!
Pausadamente
contestó – No, un loco, era Polo, pobrecito, una gente lo iba a matar y yo le
dije que se subiera rapidito, y él me hizo caso. Estaba medio desnudo, ¡qué
pesar! si está como loquito.
-
Hizo un montón de daños en el centro, por eso lo
estaban persiguiendo- explicó el comerciante, quien había sido informado por la
policía de los pormenores.
-
Yo lo llevé hasta el barrio Sur y él se fue, ¡qué
pesar un hombre tan trabajador como ese!
-
¡Uf pero que susto nos dio!
-
Eso es bobada de ustedes, a mí nunca me pasa nada. Dijo
moviendo los brazos con gesto de despreocupación, cerrando la conversación con
una sonrisa.
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