Historia
de un Reforzador Escolar
María
Alixon Botero
Miss
Peregrine y Mary Poppins son una clara muestra de los que
representaban en el siglo XVIII y XIX las institutrices, mujeres respetables,
hijas de la clase alta venidas a menos que educaban a las hijas de los ricos de
turno En cambio, en el siglo XX y en un país como Colombia, ser institutriz no
es posible, apenas si llegamos a reforzadoras. Una expresión muy cercana a la
palabra rebusque y bastante lejana de un oficio bien remunerado. Desconocidas
por el MEN y dejadas de lado por FECODE, SUDEB y demás entes defensores de los
educadores. Los reforzadores son una variable bastante abandonada de la mano de
Gremio. Un reforzador debe ser un profesor que tiene múltiples conocimientos en
inglés, matemáticas, sociales, castellano, naturales, debe ser un de todito,
debe saber hacer carteleras, usar plataformas, hacer experimentos y maquetas, traducciones
simultáneas e incluso traducciones de los escritos y omisiones de sus
estudiantes. debe inventar donde no hay, pinturas., manualidades y hacer
trabajos en reciclaje debe ser multiservicio y tener un multinivel, porque debe
dar desde preescolar hasta once, o sino el trabajo se hace escaso cuando se
vuelve muy selectivo.
Hay
dos maneras de ejercer el oficio:
Teniendo los estudiantes en la casa del
reforzador o yendo a la casa de los estudiantes. Si los dejan en la casa pueden
suceder dos cosas, que lleguen por ellos o que se olviden completamente y a las
9 de la noche esté llamando el pobre maestro con los ojos empiyamados para que por
favor vayan a recogerlo, después de haberle brindado merienda, cena y agua para
la sed, servicio de sanitario con el dos incluido y cama para reposar. Al otro lado
del teléfono contesta la mamá con toda la tranquilidad del mundo: ¡ay seño! ¿y
es todavía está allá el niño? O en el
mejor de los casos ir a llevarlo a la casa, cuando definitivamente nadie lo
recoge y encontrarse con la sorpresa de que no hay nadie y el niño entre
asustado y apenado dice:
- seño,
mi abuela vive en el barrio Sur
Al otro lado de la ciudad. Salir de nuevo
corriendo para ver donde por fin van a recibir el “paquetico” que al parecer no
tiene dueño.
Pero la cosa se empeora cuando se le
asignan horarios, usted a las 2, usted a las 3, usted a las 4 y usted a la 5.
Lista la agenda para toda la tarde y ¡Oh sorpresa! Todos llegan a las dos y
traen hermanitos, amiguitos y vecinos y el uno escribe de la biblia, la otra
calca un mapa, el otro tiene que copiar una fábula y el otro molestar a los que
están trabajando y el pobre reforzador no sabe ni como cuadrar al uno, no
enredar los cuadernos, hacer que acaben de copiar y rezar para que lleguen las
6 y se vayan todos con amigos, tareas, cuadernos y las ganas de acabar con su casa
y con las de los vecinos a los que hurtaron unos cuantos mangos.
Y ni qué decir del pago, igual de demorado,
de extraviado y de confundido en medio de todos los gastos de servicios,
colegios y arriendos, el último de la fila.
La segunda opción es llegar a la casa. Que
espere seño que se está bañando, que salió a una cita médica, que ya viene, que
espere que es que apenas la vi me dieron ganas de ir al baño. Seño que el niño
no copia, por eso la buscamos a usted, que tiene que ir a una fiesta. La peor
situación cuando el resto de la familia no se conecta con el refuerzo y ponen
el equipo de sonido a todo pulmón, o deambulan por la casa en bóxer o sin él, y
el ojo del pobre reforzador no sabe a dónde mirar o empiezan discusiones
interminables y quieren que el visitante dé su punto de vista, poniéndolo
contra la pared. Pero ahí no termina. Casi siempre el que da refuerzo se vuelve
facilitador de los programas del estado como CAFAM o A CRECER, cualquiera de
ellos.
Allí la cosa se enreda un poco más, hay
que buscar los estudiantes, hay que mantenerlos y hay que formarlos. Buscando
ese fin y ya enrolada, empecé a trabajar, pero los estudiantes no quisieron ir
a ningún colegio que, porque se burlaban de ellos, tuve que atenderles en la
terraza de una casa, allí medio barrio aprendió a multiplicar y a dividir
porque era escuela abierta. Pero al pasar de los días se enojaron unos con
otros y el trabajo terminó domiciliario. En la primera casa la alumna era
lesbiana y confundió la deferencia, tomándome la mano con más cariño del
esperado. Otro alumno fabricaba empanadas y para que escuchara cualquier
poquito de la historia de Colombia entre la mamá y yo pelábamos papas y
picábamos cebollín, Otro era aún más complicado porque cuidaba los nietos de la
mujer, unos pequeñuelos que se entretenían escuchándome hablar sobre las
enfermedades de transmisión sexual y ni que decir de la señora Ana, una mujer
delgada y con muchos años encima, que mostraba mucho entusiasmo cuando yo llegaba
a su casa. ¡Qué bueno seño que vino, adelante! Yo tomaba la cartilla y buscaba
la página mientras ella se enfundaba en una silla mecedora pequeñita, en la que
de manera ajustada se disponía a recibir la información valiosa del uso de los
números decimales. Al momento mismo de abrir la cartilla verde, la señora Ana
caía en un sueño profundo, por lo que yo seguía leyendo, porque al parecer el somnífero era mi voz y no quería que mi interrupción
la despertara de golpe y le causara un ataque cardíaco. A la media hora y ya
fatigada de leerle mientras roncaba, efectivamente la estudiante despertaba y con
muy buenas maneras me despachaba, gracias seño muy buena la clase.
Esa es parte de la historia, de un
reforzador o reforzadora, domiciliario o en su casa, oficio que no ha sido
incluido ni en la reforma pensional, ni en la reforma laboral, ni en la última
legislación del MEN, pero que hace posible que la educación colombiana rinda
frutos, por su dedicación, esmero y entrega.
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