El amor
en los tiempos del coronavirus
Vanesa Mendoza
Anoche al teléfono, me dijo que la podía
identificar
porque llegaría vestida con una blusa roja de tela de encaje, un
pantalón negro ceñido al cuerpo, unos botines de charol y un tapabocas negro
con perlas plateadas. Y yo la esperaría con mi chaqueta negra de cuero, overol
azul, y por si acaso, bóxeres nuevos, un par de condones, un chicle de menta para
prevenir una halitosis por los nervios, aunque con el tapabocas, ni se notaría,
y claro, empapado de loción de pies a cabeza. No hay que olvidar que el olfato,
es un órgano sexual poderoso. En su
visita a la ciudad, acordamos que nos veríamos en el Juan Valdez del cable, un
lugar abierto sin tanta gente aglomerada, y por el asunto del covid era menos
riesgoso, ya saben, por la cercanía y esas precauciones que mandan los de salud
para evitar la propagación. Pero, y si es de las personas que llaman
asintomáticos ¡oh, mierda!, pero ya está decidido, no me podía echar para tras, y me sentía como
un animal hambriento. Nos tenemos muchas ganas y eso es lo que importa, si he
de morir con el pipí parado, que así sea.
La
verdad, nunca la he visto personalmente, bueno, no nos hemos visto cara a cara.
Nos conocimos por redes sociales, como a mucha gente le sucede, y por la vaina
del covid, tenía que trabajar en el computador desde casa más tiempo. Un día,
hice una publicación en redes sociales, y ella, le hizo un comentario, después
fui yo, y después ella, parecíamos en una especie de juego de pin-pon. La
cuestión es que, no sé, por qué, terminamos conversando en el chat del
Facebook. Todo comenzó por un “hola” “¿Cómo estás?” diálogos muy cortos.
Después se fueron transformando en temas de política, en el compartíamos nuestras críticas y encontramos
muchas afinidades en asuntos del intelecto, posteriormente, empezamos a
preguntarnos por nuestras vidas, lo que
nos gustaba y lo que no, lo que nos encantaba y apasionaba, nuestros sueños
materiales y profesionales. Le conté que había estudiado ingeniería de sistemas
en la nacho, pero me gustaba leer asuntos de política y cultura. Casualmente,
compartíamos los mismos gustos musicales, rock clásico y grupos alternativos, como:
Queen, David Bowie, Depeche Mode, the
pólice, etc. La primera canción que le dediqué, fue una de Soda Estereo; “corazón
delator” para darle indicios de mis impulsos, y ella, en un mensaje, me puso
“signos” acompañado de un verso de la canción “me amas a oscuras, duermes
envuelto en redes…” . Con el tiempo, fuimos tomando confianza y la confianza se
fue convirtiendo en algo más, en algo más que en unos intercambios de
conocimientos y cultura. Ella en Bogotá y yo en Manizales. Conversábamos hasta
altas horas de la noche o en la mañana para darme los buenos días, todo por
escrito. El día que no lo hacía, la extrañaba profundamente, no le decía nada,
para no parecer un intenso. Hasta el día que nos confesamos, ella empezó:
-no
sé, pero, creo que me gustas. Bueno si, me gustas.
- Tú
también me atraes y bastante.-le dije.
- Esto es como raro, ¿No crees?
-Algo, pero es un experiencia bacana.
Y fue cuando decidimos darnos nuestros
números; por primera vez escuché la
melodía de su voz, era suave pero firme, era suelta y segura de sí misma; eso
me encantó. Hasta el día en que perdimos el pudor, trascendimos al paraíso. Un flujo de palabras obscenas nos poseía. Yo
la imaginaba mientras que mi cuerpo era un escenario de voluptuosidades, no una
batalla de cuerpo a cuerpo, sino de mano, cuerpo y sudores; todo era un tócate
aquí, pasa tu mano por allá, acaríciate en este lugar. A veces, me tenía que
encerrar en el baño con el cuerpo lleno de pasión, sudoroso y excitado, obviamente, para no delatarme en
casa. Y no faltaba el impertinente:
-
Juan, ¿Por qué tanto tiempo encerrado en el baño, qué tienes?
- ¡Es que ahora uno no puede cagar en paz o
qué! – le gritaba.
En ocasiones, me hablaba de su ropa interior,
y como se iba desvistiendo, o que espacio de su cuerpo se acariciaba y aunque
no la podía abraza ni besar, nuestra imaginación era el punto de encuentro. Nos
preguntábamos mutuamente, que si algún día nos viéramos, qué le hariamos el uno
al otro: en la cama, en el suelo o en una mesa. Los días en que la llamaba a
media noche, le pedía que se masturbara
mientras me la jalaba, bajo las cobijas. A veces, los días en que no la
escuchaba me daba el desespero, iba a la
ventana a fumarme un cigarro, escuchar música con el celular y los auriculares,
y pensaba; que esa luna a la que veía, era la misma que la iluminaba. Y cuando
el gobierno dió luz verde para los viajes, ella decidió venir hasta acá, iremos
a un lugar fuera de la ciudad, rodeado de naturaleza y montaña. Me acaba de
llamar, ya viene en camino.
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