JUANCHO
Hace
algunos días se mudó a mi barrio una familia venida del interior del país. Traían lo normal de una mudanza, sus muebles,
sus camas, sus cajas llenas de utensilios de cocina, de ropas, de adornos y
demás artículos propios de una vivienda.
Pero dentro de lo no tan usual, traían un perro en un huacal y un gato
en otro.
Las
personas encargadas de la mudanza se dedicaron a descargar todo del camión, sin
reparar en los dos animales. Cuando el trabajo se dio por terminado, la dueña
recordó a sus mascotas e inmediatamente abrió las compuertas de los depósitos,
sin tener en cuenta que la puerta de la casa estaba abierta, el gato al verse
liberado y muy aterrado cruzó el umbral y en cuestión de segundos desapareció.
Su
dueña acompañada de los otros miembros de la familia, se dedicó a buscar el
ejemplar felino, que no se dejaba ver por ningún lado. Esa noche fue terrible,
entre el desorden de la mudanza y el pensamiento de la triste suerte de la
mascota, no pudieron pegar el ojo.
Al
día siguiente creían que todo se resolvería, pero no fue así. Pasaron varias
semanas hasta que se decidieron a publicar un afiche con la imagen de Juancho,
como se llamaba el gato, para ver si algún vecino lo había visto. Ofrecían una
recompensa atractiva, teniendo en cuenta que la imagen del animal que aparecía
en la publicación era de lo más común, un gato rabo seco como les dicen por
aquí.
La
dueña de la tienda, una mujer no muy expresiva, me refirió la historia y me
confesó que de manera cautelosa y poco notoria ella hacía llamados al gato, por
si en verdad respondía al nombre para ganarse la recompensa.
-Yo
a veces digo ¡Juancho!, ¡Juancho!, nunca se sabe- me dijo con cara picarona.
De
regreso a mi casa le conté a mi esposo, que me miró con incredulidad. Pero
cuando unas niñas y una señora llegaron con el volante en la mano y el
ofrecimiento de la recompensa, cambió de opinión. Bueno, la verdad ese gato yo
lo he visto en la esquina o eso creo, le informé.
Al
día siguiente madrugó, como veía que yo no me levantaba, me despertó por asalto
y me dijo que me apresurara para que le ayudara a encontrar el gato que yo
decía haber visto. Algo somnolienta lo acompañé y vi que llevaba comida para gato
en sus manos., me explicó que esa era su estrategia para conquistar al gato
Juancho
no se hizo esperar, se dejó ver con sus manchas marrón y su cara de color
blanco con negro, ese contraste le daba un aspecto extraño, pero en verdad que
era rabo seco.
Mi
esposo lo llamó con dulzura y le ofreció la comida, el gato la comió, pero de
nuevo y velozmente se entró para la casa abandonada. Así pasaron varios días y
la ambición de mi esposo por el valor del rescate lo mantenía en su propósito.
Hasta que una mañana, cansado de ese juego entre el gato y él, dijo:
- Definitivamente
ese gato no se deja coger- entró en la
casa gruñendo porque se sentía cansado de dar la lucha con la mascota.
- Si
la dueña no lo coge, menos nosotros.
- ¿Y
es que la dueña ya sabe dónde está?
- Claro,
-le respondí- todas las tardes viene a traerle comida, se la come y se le entra
y como ella no puede entrar.
- No
me digas eso y saber que ya me he gastado un montón de plata en la comida.
- Eso
sí está bueno, le compras comida a Juancho y a los de aquí ni un poquito.
- Es
que tú no me das recompensa en cambio Juancho si es una mina de oro.
- Pero
una mina de oro que salta patios y que invade casas ajenas.
Mi esposo desistió y Juancho se paseaba cada día como si la
cosa nunca hubiera sido con él. Pasado mucho tiempo, los dueños de Juancho se
fueron y él siguió saliendo cada tarde a sentarse en la terraza de la casa
abandonada, definitivamente pudo más su libertad que la barriga.
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