Velorio Equivocado
María Alixon Botero
Había muerto su hermano mayor, un hecho esperado, pero
igualmente lamentable. El velorio, un ritual necesario para dilatar la pérdida
y dar espacio al corazón de sacar todo el dolor que le produce la pérdida,
derramar incontables lágrimas y recibir los saludos de condolencia y
conmiseración.
Aunque, cuando el difunto ha estado enfermo por un
largo tiempo, su condición lamentable en el centro hospitalario y la
posibilidad de curación muy remota, el velorio como tal es un evento tranquilo
y hasta ameno, porque se encuentran vecinos, familiares y amigos largamente
ignorados, no visitados e incluso olvidados.
Por lo que la ocasión resulta muy agradable para ponerse al día, repasar
los últimos sucesos como nacimientos, matrimonios, divorcios, éxitos económicos
y laborales y también fracasos. Remojado
con un tinto o una aromática insípida, la conversación fluye copiosa.
Solo se ve interrumpida con los rezos de rigor de un
rosario o de un padre nuestro o el ingreso de algún pariente desbocado que
grita o hace cualquier comentario en un tono más alto al acostumbrado en estos
eventos.
Cuando la tía Mery llega a la sala de velación, hace
un barrido de vista y no encuentra a nadie conocido, pero de acuerdo a su
costumbre se acerca al ataúd y toma en sus manos una camándula de gran tamaño,
algunos dolientes la miran con cierta extrañeza, seguramente se preguntaban
porque esa señora tan espontáneamente y sin pedir ninguna autorización toma la
iniciativa de iniciar con el rezo. Aunque
algunas de las personas desde sus asientos desaprueban con su gesto, ella sigue
adelante y está a punto de entonar la oración, cuando su esposo mucho más
prudente, la detiene con una mano. Ella
lo mira molesta, pero él le dice en voz baja que ahí no hay nadie conocido, que
tal vez esa no es la sala. Ella insiste
y se acerca un tanto presurosa al catafalco y con presteza levanta la ventanita
por donde se puede observar el rostro del difunto. Lo mira detenidamente y termina aceptando que
su esposo tiene razón, ese rostro pálido y tieso no le recuerda al de su
hermano. Bueno, aunque la muerte a veces
desfigura, llega a pensar.
Nuevamente es interrumpida ya no por su esposo, sino
por una hermana de su cuñada que la toma con cuidado del codo y la dirige hacía
la puerta.
Le dice: Doña Mery, el velorio es allí en la otra
sala- Ella con un gesto de tranquilidad camina seguida de su esposo hacía donde
se dirige la mujer a la que empieza a traer a su memoria de tiempos
remotos. Su esposo se le acerca y le
dice: Si vio que ahí no era.
Si, si- responde ella -yo si vi que mi hermano quedó
muy distinto.
Entre risas la cuñada aclara e interviene en la
conversación. Doña Mery es que en esa
sala estaban velando una mujer.
A pesar de lo lúgubre del lugar, las carcajadas ahogadas
fueron incontenibles.
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