Mi camiseta Blanca
María Alixon Botero
Cuando hace frío y tengo que limpiar a mi camiseta,
deseo que ella tome la decisión de tirarse como en un día de playa, se dé un
chapuzón, se restriegue con fuerza en las axilas y en la panza y finalmente, me
de tres silbidos para que la coloque a secar metida en un gancho de ropa. Pero cuando llego a la realidad, mi camiseta resulta
friolenta, no le gusta bañarse y tengo que librar una batalla campal para poder
lavarla. Mi camiseta blanca ha cobrado vida, ahora es Blanca. Me dice que
caliente un poco el agua, lo hago para complacerla, porque de lo contrario se
enrolla y no puedo verle los bordes manchados de negro. Me exige que la
inscriba en un curso de natación porque quiere bañarse sola. Le molesta que use
el cepillo de manera violenta y desesperada. Quiere dejar que el agua entre por
sus aberturas para convertirse en un globo de largo alcance. Se siente la
ballena Blanca, que nada en las profundidades del mar. Otras veces quiere ser liviana
para que el aire cruce por sus cuatro puntas y ser la gaviota Blanca que mira
el mar desde las alturas.
Mi camiseta Blanca se ha enamorado de un bluyín azul
de trabajo, pesado, que no se mueve del tendedero y aunque ella le coquetea, lo
acaricia, se mece con la brisa y aprovecha para acercarse, él es indiferente. Pero
Blanca no desiste, aprovecha cuando la recojo y con disimulo se acuesta sobre
el bluyín, sutilmente. Él empieza a hacerle caso, quien soporta esa tentación.
El pasado lunes, les tocó lavado a los dos, alcancé a ver como tímidamente el
bluyín acercaba su abertura a Blanca, ella se hacía la loca para que nadie
notara sus oscuras intenciones. ¡Ay mi Blanquita!
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