EL
AMOR EN LOS TIEMPOS DEL COVIT
María
Alixon Botero
Nunca
como ahora me he detenido a pensar como se aman los musulmanes, porque la
puerta de entrada del amor es el rostro y con el hiyab dejando cuando mucho
los ojos a la vista, el amor se vuelve más una decisión o una necesidad. Es casi
increíble que un pueblo con una sensualidad tan grande lo restrinja al misterio y la voluptuosidad del movimiento,
porque condena el rostro al enigma.
Los
tapabocas o mascarillas igualmente dejan poco a la vista y además ayudan a
fabricar imágenes distorsionadas de las personas. Cuando por ejemplo vemos un
rostro cubierto y tan solo acompañado de una mirada, que por lo demás si no es muy
impactante, poco deja a la complacencia, construimos una imagen ajustada al
deseo o la imaginación y si por alguna razón vemos el rostro completo, generalmente
no coincide con nuestra imaginación, dejando una triste experiencia y un vacío
que busca llenarse de algún modo, fabricando nuevos prototipos.
Pero
volviendo al amor, quien tenga ojos pequeños, sea oriental o esté enfermo de
alguna infección óptica, estará en minusvalía para el tema del amor. Porque si su
mirada no habla, poco más hay que ver y tampoco hay con que impactar. Aunque quienes
más me han llamado la atención son los visitantes consuetudinarios de moteles.
El amor en el tiempo del covit debe tener una asepsia y unas condiciones de distancia
social que requiere o de un órgano muy bien dotado, o de una gran dosis de indisciplina
social, porque como amarse, como fundirse sin tocarse. O de lo contrario a qué
se puede ir a un motel. No será a hacer una oración en conjunto o a pedir la
clemencia de dios por la especie humana. Lo que me causa más gracia es verlos
entrar o salir con sus tapabocas cubriéndoles todo el rostro y protegiéndolos de
los males de los virus asesinos, para entrar a acabar con todas las precauciones
y desnudar sus cuerpos y sus temores.
El
amor es estos tiempos es un amor mediado por la salud pública, pero nunca como
antes ha habido un gusto más dulce en romper la norma, en cortar con la
prohibición y dejarse llevar por la pasión y el minuto cósmico del placer, para
volver al temor cotidiano de la muerte en estos tiempos en que todos estamos
puestos en fila esperando que llegue la parca de manera selectiva a escoger de entre todos, el que seguramente menos ha
roto la norma, el que menos se ha perdido entre la piel ajena y entre el que
menos ha decidido vivir antes de morir.
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