Tertulia Literaria La Metamorfosis

Tertulia Literaria La Metamorfosis

sábado, 20 de agosto de 2022

 

El Chavo del 8 Clase de Ciencias Naturales

Profesor Jirafales: Ahora vamos a ver qué tal estudiaron su lección de ciencias naturales. Vamos a comenzar con los animales.

Chavo: Ahí te hablan Ñoño

Ñoño: ¿Yo qué?

Profesor Jirafales: Nada, que vamos a comenzar con los animales que estamos estudiando.

Popis: Pero los animales que estamos estudiando somos muchos.

Profesor Jirafales: De acuerdo.

Ñoño: Yo protesto.

Quico: Yo apoyo a Ñoño.

Ñoño: Gracias Quico.

Quico: Porque los animales que estamos estudiando no somos muchos, somos poquitos.

Profesor Jirafales: Ummm, bien, a ver Quico dame un ejemplo de mamíferos sin dientes.

Quico: Mi abuelita

Profesor Jirafales: Tienes cero por no saber y te quedas sin recreo por querer burlarte de mí.

Quico: Ay profesor no sea malito por favor, deme otra oportunidad. Hable doctor Chapatin, deme otra oportunidad, hable diga que sí, deme otra oportunidad. ¿Si, si? hable, hable, uyyyyy

Profesor Jirafales: Está bien, pero si vuelves a burlarte de mí te dejo sin recreo toda la semana. A ver ¿Cuál es el animal más grande del mundo?

Quico: No pues si le contesto me deja sin recreo todo el año.

Profesor Jirafales: ¡Ayyyyy! A ver Ñoño

Ñoño: El animal más grande del mundo es la ballena un mamífero cetáceo del que se obtienen grandes cantidades de aceite y que habita preferentemente en los mares Árticos. Hay ballenas que alcanzan a medir 30 metros y que..

Profesor Jirafales: Ya, ya con eso basta Ñoño.  Tienes 10.

Ñoño: Ya gracias

Profesor Jirafales: Y de los animales de tierra firme ¿cuál es el más grande y pesado?

Chavo: Ñoño

 

 

Ñoño: Mírelo profesor, mírelo.

Profesor Jirafales: Chavo, luego por qué te castiga uno

Chavo: Porque no me tienen paciencia.

Profesor Jirafales: Prosigamos. A ver Godines

Godines: No se

Profesor Jirafales: ¿No sabes qué?

Godines: lo que me iba a preguntar.

Profesor Jirafales: pero si no sabes qué es lo que te voy a preguntar.

Godines:  Y qué le estoy diciendo.

Profesor Jirafales: Siéntate tienes cero.

Godines: Gracias

Profesor Jirafales: A ver Popis

Popis: presente

Profesor Jirafales: ¿Cómo se llaman los animales que comen carne?

Popis: Según mi perrita se llama Fru-fru

Profesor Jirafales: Pregunto qué como se llaman todos los animales que comen carne

Popis: No se puede saber porque animales callejeros que ni siquiera están bautizados.

Quico: Yo le digo, yo le digo.

Profesor Jirafales: A ver Quico

Quico: Los animales que comen carne se llaman liones.

Profesor Jirafales: No

Chavo: Si serás menso, los liones no comen carne se comen a los caníbales y a los misioneros.  Póngale cero

Profesor Jirafales: Y a ti también

Chavo: Y a mí ¿por qué?

Profesor Jirafales: En primer lugar, porque no respondieron a mi pregunta y en segundo lugar porque los leones si comen carne.

Chavo: Pero también se comen a los caníbales y a los misioneros.

Profesor Jirafales: porque son de carne.

Chavo: Eso, eso, eso. ¿Los liones se comen a la gente?

Profesor Jirafales: Algunas veces.

Chavo: Pues el que se come a Ñoño revienta.

Ñoño: Mírelo eh, mírelo eh.

Profesor Jirafales: Silencio, silencio. ¿No hay nadie que sepa responder a mi pregunta? A ver Ñoño

Ñoño: Los animales que comen carne se llama carnívoros, los que comen hierba se llaman herbívoros, los que comen insectos insectívoros

Chavo: Los que comen hotkeis hockeiquiveros, los que comen ghenchilados, henchilavideros, los que comen gordas pellizcadas gordas pellizcadiveros, los que comen…

Profesor Jirafales. Ay, tiene cero Chavo.

Chavo: Entonces Ñoño también tiene cero.

Profesor Jirafales: Bueno te voy a dar una nueva oportunidad ¡¿Cómo se llaman los animales que comen de todo?

Chavo: Ricos

Profesor Jirafales: eh

jueves, 18 de agosto de 2022

 

La Negra del WhatsApp

Venían tranquilamente hacía la casa a la hora del almuerzo, en un caluroso mediodía magangueleño, mi papá al volante, mi mamá en el asiento del pasajero y sus dos inseparables acompañantes Enalba y Tania, madre e hija, que han vivido por muchos años con ellos.

El viaje transcurría normalmente, hasta que mi padre recordó que tenía que hacer una llamada, pero por estar conduciendo se le imposibilitaba realizarla. Su esposa un tanto displicente accede a marcar el número, pero al tomar el teléfono descubre en la pantalla de WhatsApp una mujer negra, caricaturesca, de mal aspecto y al parecer de dudosa procedencia. La pasajera indignada increpa al hombre sobre esa fotografía. Él, entre extrañado y preocupado no atina a dar una respuesta, solo contesta con evasivas y en voz apenas audible:

-Yo no sé.

- Claro, ahora esto ¿qué enredo será?

-Muestre doña Cecilia- solicita Tania recogiéndose desde el asiento trasero.

Cuando toma el aparato y verifica la imagen de la mujer, dice:

-          ¡Ay no don Pedro!, usted si ha rebajado mucho el gusto, que mujer tan fea. Mira mami.

Enalba se incorpora y también da una mirada, haciendo un gesto displicente y dejando caer su opinión

-          No Don Pedro, usted ya si perdió todo el buen gusto.

El hombre arrinconado no halla que más contestar.

De pronto suena el teléfono de la esposa. Con desgano y de mala manera contesta:

-          ¡A ver!

-          ¡Hola mamá! - es la voz de su hija mayor que es profesora en Medellin y quien habla de manera jovial.

-          Ah… hola hija- dijo con un tono de voz un poco más calmado.

-          Hace rato que estoy llamando, ¿por qué no me habían contestado? – increpa la mujer

-          No sé, yo no había oído nada- dirigiendo una mirada escrutadora a su acompañante.

Mientras tanto, el hombre mira hacia el camino sintiendo un poco de alivio al no ser ya el centro de atención y cavilando, cuál mujer tan fea podía ser esa que ni siquiera había alcanzado a ver.

-          ¿Y para qué nos llamabas? - preguntó de nuevo la madre.

-          Para que me vieran- acompañando su expresión con una sonrisa.

-          ¿Cómo así? - respondió con extrañeza

-          Sí, sí, yo le mandé la foto al celular de papá.

-          ¿Cuál foto?, yo no he visto nada.

-          Sí, es que como hoy celebramos el día de la raza yo me disfracé de negra. Quedé tan distinta, nos hemos reído todos aquí en el colegio.

Sin decir ni una palabra, de nuevo observa la fotografía y logra distinguir los rasgos de su hija, y responde de nuevo a la llamada.

-          Sí quedó muy distinta. Bueno ahora hablamos.

-          Bueno mamá- La voz en el teléfono no insiste al sentir que hay un ambiente tenso.

El esposo que había seguido el hilo de la conversación al igual que las acompañantes, pregunta:

- ¿Qué dijo Zuleima vieja?

- Nada, que la negra es ella disfrazada.

Sin ninguna respuesta adicional todos sueltan la carcajada. Aunque Tania cierra la conversación diciendo:

-Ay Don Pedro de esta ya se salvó.

El viejo picarón esboza una sonrisa aliviado.

 

 

 

 

 

 

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miércoles, 17 de agosto de 2022

 

Súbase

Por: María Alixon Botero

-          ¡Venga súbase rápido que lo van a matar!

Estas fueron las palabras de un hombre mayor, con cara de bonachón que transitaba conduciendo su camioneta blanca, por una calle del centro de la ciudad, cuando vio que otro hombre de tez morena, algo mayor, mal trajeado y que él conocía, aunque era de menos edad que el conductor, era perseguido por una turba enardecida, que lo amenazaban con palos y piedras.   Tenía los ojos desorbitados y corría sin freno, seguido de los otros que lo tenían azuzado y que parecía que querían ultimarlo. Sin dudarlo, el hombre que llamaban Polo, abrió la puerta del pasajero e ingresó al vehículo que apresuradamente siguió su camino con los dos hombres a bordo.

Quienes asistieron al evento, hicieron su propia lectura e inmediatamente llamaron a la policía y dieron cuenta del suceso, como el momento trágico en que un loco se subió al carro de un señor prestante, el padre de un comerciante afamado de la zona, quien en esos momentos podía estar corriendo la peor de las suertes.

El comerciante también fue informado y de inmediato se inició el operativo. Las fuerzas policiales recorrieron la zona indagando apresuradamente y siguiendo el rastro que podía haber dejado el trastornado personaje.

Los minutos parecían cruciales para lograr el objetivo, salvar a Don Pedro, que era cono se llamaba la víctima, de las garras insaciables del loco Polo como lo llamaban en el lugar.

El hombre y su camioneta eran muy conocidos, fue fácil adelantar las pesquisas, vecinos de diferentes sectores dieron sus versiones, algunas encontradas. Efectivamente, el señor había pasado con otro en el asiento del pasajero, pero todavía era él quien conducía. Su esposa y su hijo se tranquilizaban un poco con los avances que les daba la policía, pero aún así el padre y esposo no aparecía.

El hijo tomó una motocicleta y con desespero empezó a peinar la zona, subía y bajaba, llamaba por teléfono, recibía informes, pero nada, no estaba por ninguna parte. El desespero se dibujaba en los rostros de los familiares, el corazón palpitaba con desespero esperando la noticia fatídica y el desenlace fatal, cuando de pronto, con paso somnoliento, como era habitual en su manera de conducir, el hombre llegó al frente del establecimiento comercial de su hijo, sin un rasguño y sin el temible acompañante.

 Casi a gritos fue interrogado por los angustiados familiares:

-          ¿Papá qué le pasó?

-           ¿Por qué? – respondió el hombre serenamente.

-          ¡Por qué mucha gente vio cuando a usted se le subió un loco al carro!

Pausadamente contestó – No, un loco, era Polo, pobrecito, una gente lo iba a matar y yo le dije que se subiera rapidito, y él me hizo caso. Estaba medio desnudo, ¡qué pesar! si está como loquito.

-          Hizo un montón de daños en el centro, por eso lo estaban persiguiendo- explicó el comerciante, quien había sido informado por la policía de los pormenores.

-          Yo lo llevé hasta el barrio Sur y él se fue, ¡qué pesar un hombre tan trabajador como ese!

-          ¡Uf pero que susto nos dio!

-          Eso es bobada de ustedes, a mí nunca me pasa nada. Dijo moviendo los brazos con gesto de despreocupación, cerrando la conversación con una sonrisa. 

 

 

 

domingo, 19 de diciembre de 2021

 

Estado Mortal

María Alixon Botero Bernal

Julia era una mujer de mediana edad, una persona reservada y un poco aislada del grupo. Cuando la tecnología llegó con tanta furia a todos los lugares, ella parecía el único ser humano en el planeta que no se interesaba por aprender a manejar ningún artilugio, ni ninguna terminal de internet. Su desinterés se podía entender como grosería o mal humor. Cuando sus colegas le insinuaban que no debía quedarse rezagada, ella contestaba que eso no servía para nada.

Pero como el tiempo nada perdona, llegó el momento en que se vio obligada a usar las redes sociales y el WhatsApp. Frente a esta plataforma, las cosas fueron un poco diferentes, ya que cada día estaba más enrolada y parecía ser una necesidad permanente revisar los estados de sus amistades. Pero aún más curiosa fue la costumbre que adquirió de compartirlas.

La primera foto que publicó, fue la de un compañero de trabajo, Tobías. Un elegante joven que había llegado a la empresa como practicante, pero que por su buen desempeño pudo quedarse de planta, la verdad no llevaba mucho tiempo en la compañía cuando Julia lo conoció y lo ingreso a su lista de contactos. De ahí a publicar su foto no pasó mucho tiempo.

Tobías le hizo el reclamo y ella como siempre contestó de mala manera, sin dar explicaciones y con evasivas. En la semana   que siguió el hombre sufrió un aparatoso accidente y de ahí a la tumba no pasó mucho tiempo.

Inicialmente y ante las lamentaciones de sus compañeros, se pensó que era algo desafortunado. Pasaron los meses y la costumbre de Julia era cada vez más reiterada, ya nadie se asombraba de ver su imagen compartida en los estados gracias a la cuenta de WhatsApp de Julia, hasta que empezaron a relacionar los hechos funestos de decesos, con esta costumbre extraña. Todos los referenciados por la mujer morían de manera misteriosa. Desde que se expandió la noticia, Julia fue bloqueada con terror por parte de todos sus contactos.

Ella arremetió cambiando su perfil y volviéndose cada vez más cautelosa, pero a la vez más seductora para encontrar la manera de robar la imagen de nuevos contactos y de nuevos personajes, para alimentar su muy extraña adicción de compartir fotografías. Las muertes continuaron, pero la capacidad de Julia de camuflarse y de convertirse cada vez en un nuevo contacto la hicieron casi invisible. Le permitieron refugiarse en una falsa identidad que significaba la muerte segura de muchos de sus referenciados.

El estado se convirtió en un arma mortal, en la señal que identificaba a la víctima y quién sabe si al victimario. Julia aún está tratando de captar la atención de incautos.  Te sugiero fijarte muy bien a quien salidas en tu WhatsApp y a quien le dejas entrar a tu identidad, puede ser que tu estado se convierta en un estado mortal.

 

 

 

sábado, 19 de septiembre de 2020

 

El amor en los tiempos del coronavirus

Vanesa Mendoza

 

 

Anoche al teléfono, me dijo que la podía identificar  porque llegaría vestida con una blusa roja de tela de encaje, un pantalón negro ceñido al cuerpo, unos botines de charol y un tapabocas negro con perlas plateadas. Y yo la esperaría con mi chaqueta negra de cuero, overol azul, y por si acaso, bóxeres nuevos, un par de condones, un chicle de menta para prevenir una halitosis por los nervios, aunque con el tapabocas, ni se notaría, y claro, empapado de loción de pies a cabeza. No hay que olvidar que el olfato, es un órgano sexual poderoso.  En su visita a la ciudad, acordamos que nos veríamos en el Juan Valdez del cable, un lugar abierto sin tanta gente aglomerada, y por el asunto del covid era menos riesgoso, ya saben, por la cercanía y esas precauciones que mandan los de salud para evitar la propagación. Pero, y si es de las personas que llaman asintomáticos ¡oh, mierda!, pero ya está decidido,  no me podía echar para tras, y me sentía como un animal hambriento. Nos tenemos muchas ganas y eso es lo que importa, si he de morir con el pipí parado, que así sea.

 La verdad, nunca la he visto personalmente, bueno, no nos hemos visto cara a cara. Nos conocimos por redes sociales, como a mucha gente le sucede, y por la vaina del covid, tenía que trabajar en el computador desde casa más tiempo. Un día, hice una publicación en redes sociales, y ella, le hizo un comentario, después fui yo, y después ella, parecíamos en una especie de juego de pin-pon. La cuestión es que, no sé, por qué, terminamos conversando en el chat del Facebook. Todo comenzó por un “hola” “¿Cómo estás?” diálogos muy cortos. Después se fueron transformando en temas de  política, en el compartíamos nuestras críticas y encontramos muchas afinidades en asuntos del intelecto, posteriormente, empezamos a preguntarnos por nuestras vidas,  lo que nos gustaba y lo que no, lo que nos encantaba y apasionaba, nuestros sueños materiales y profesionales. Le conté que había estudiado ingeniería de sistemas en la nacho, pero me gustaba leer asuntos  de política y cultura. Casualmente, compartíamos los mismos gustos musicales, rock clásico y grupos alternativos, como: Queen,  David Bowie, Depeche Mode, the pólice, etc. La primera canción que le dediqué, fue una de Soda Estereo; “corazón delator” para darle indicios de mis impulsos, y ella, en un mensaje, me puso “signos” acompañado de un verso de la canción “me amas a oscuras, duermes envuelto en redes…” . Con el tiempo, fuimos tomando confianza y la confianza se fue convirtiendo en algo más, en algo más que en unos intercambios de conocimientos y cultura. Ella en Bogotá y yo en Manizales. Conversábamos hasta altas horas de la noche o en la mañana para darme los buenos días, todo por escrito. El día que no lo hacía, la extrañaba profundamente, no le decía nada, para no parecer un intenso. Hasta el día que nos confesamos, ella empezó:

 -no sé, pero, creo que me gustas. Bueno si, me gustas.

-  Tú también me atraes y bastante.-le dije.

- Esto es como raro, ¿No crees?

-Algo, pero es un experiencia bacana.

Y fue cuando decidimos darnos nuestros números;  por primera vez escuché la melodía de su voz, era suave pero firme, era suelta y segura de sí misma; eso me encantó. Hasta el día en que perdimos el pudor, trascendimos al paraíso.  Un flujo de palabras obscenas nos poseía. Yo la imaginaba mientras que mi cuerpo era un escenario de voluptuosidades, no una batalla de cuerpo a cuerpo, sino de mano, cuerpo y sudores; todo era un tócate aquí, pasa tu mano por allá, acaríciate en este lugar. A veces, me tenía que encerrar en el baño con el cuerpo lleno de pasión, sudoroso  y excitado, obviamente, para no delatarme en casa. Y no faltaba el impertinente:

 - Juan, ¿Por qué tanto tiempo encerrado en el baño, qué tienes?

- ¡Es que ahora uno no puede cagar en paz o qué! – le gritaba.

   En ocasiones, me hablaba de su ropa interior, y como se iba desvistiendo, o que espacio de su cuerpo se acariciaba y aunque no la podía abraza ni besar, nuestra imaginación era el punto de encuentro. Nos preguntábamos mutuamente, que si algún día nos viéramos, qué le hariamos el uno al otro: en la cama, en el suelo o en una mesa. Los días en que la llamaba a media noche,  le pedía que se masturbara mientras me la jalaba, bajo las cobijas. A veces, los días en que no la escuchaba  me daba el desespero, iba a la ventana a fumarme un cigarro, escuchar música con el celular y los auriculares, y pensaba; que esa luna a la que veía, era la misma que la iluminaba. Y cuando el gobierno dió luz verde para los viajes, ella decidió venir hasta acá, iremos a un lugar fuera de la ciudad, rodeado de naturaleza y montaña. Me acaba de llamar, ya viene en camino. 

 

 

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL COVIT

María Alixon Botero

Nunca como ahora me he detenido a pensar como se aman los musulmanes, porque la puerta de entrada del amor es el rostro y con el hiyab​ dejando cuando mucho los ojos a la vista, el amor se vuelve más una decisión o una necesidad. Es casi increíble que un pueblo con una sensualidad tan grande lo  restrinja al misterio y la voluptuosidad del movimiento, porque condena el rostro al enigma.

Los tapabocas o mascarillas igualmente dejan poco a la vista y además ayudan a fabricar imágenes distorsionadas de las personas. Cuando por ejemplo vemos un rostro cubierto y tan solo acompañado de una mirada, que por lo demás si no es muy impactante, poco deja a la complacencia, construimos una imagen ajustada al deseo o la imaginación y si por alguna razón vemos el rostro completo, generalmente no coincide con nuestra imaginación, dejando una triste experiencia y un vacío que busca llenarse de algún modo, fabricando nuevos prototipos.

Pero volviendo al amor, quien tenga ojos pequeños, sea oriental o esté enfermo de alguna infección óptica, estará en minusvalía para el tema del amor. Porque si su mirada no habla, poco más hay que ver y tampoco hay con que impactar. Aunque quienes más me han llamado la atención son los visitantes consuetudinarios de moteles. El amor en el tiempo del covit debe tener una asepsia y unas condiciones de distancia social que requiere o de un órgano muy bien dotado, o de una gran dosis de indisciplina social, porque como amarse, como fundirse sin tocarse. O de lo contrario a qué se puede ir a un motel. No será a hacer una oración en conjunto o a pedir la clemencia de dios por la especie humana. Lo que me causa más gracia es verlos entrar o salir con sus tapabocas cubriéndoles todo el rostro y protegiéndolos de los males de los virus asesinos, para entrar a acabar con todas las precauciones y desnudar sus cuerpos y sus temores.

El amor es estos tiempos es un amor mediado por la salud pública, pero nunca como antes ha habido un gusto más dulce en romper la norma, en cortar con la prohibición y dejarse llevar por la pasión y el minuto cósmico del placer, para volver al temor cotidiano de la muerte en estos tiempos en que todos estamos puestos en fila esperando que llegue la parca de manera selectiva a escoger  de entre todos, el que seguramente menos ha roto la norma, el que menos se ha perdido entre la piel ajena y entre el que menos ha decidido vivir antes de morir.

 

 

 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Velorio Equivocado Anecdota

 

Velorio Equivocado

María Alixon Botero

Había muerto su hermano mayor, un hecho esperado, pero igualmente lamentable. El velorio, un ritual necesario para dilatar la pérdida y dar espacio al corazón de sacar todo el dolor que le produce la pérdida, derramar incontables lágrimas y recibir los saludos de condolencia y conmiseración.

Aunque, cuando el difunto ha estado enfermo por un largo tiempo, su condición lamentable en el centro hospitalario y la posibilidad de curación muy remota, el velorio como tal es un evento tranquilo y hasta ameno, porque se encuentran vecinos, familiares y amigos largamente ignorados, no visitados e incluso olvidados.  Por lo que la ocasión resulta muy agradable para ponerse al día, repasar los últimos sucesos como nacimientos, matrimonios, divorcios, éxitos económicos y laborales y también fracasos.  Remojado con un tinto o una aromática insípida, la conversación fluye copiosa.

Solo se ve interrumpida con los rezos de rigor de un rosario o de un padre nuestro o el ingreso de algún pariente desbocado que grita o hace cualquier comentario en un tono más alto al acostumbrado en estos eventos.

Cuando la tía Mery llega a la sala de velación, hace un barrido de vista y no encuentra a nadie conocido, pero de acuerdo a su costumbre se acerca al ataúd y toma en sus manos una camándula de gran tamaño, algunos dolientes la miran con cierta extrañeza, seguramente se preguntaban porque esa señora tan espontáneamente y sin pedir ninguna autorización toma la iniciativa de iniciar con el rezo.  Aunque algunas de las personas desde sus asientos desaprueban con su gesto, ella sigue adelante y está a punto de entonar la oración, cuando su esposo mucho más prudente, la detiene con una mano.  Ella lo mira molesta, pero él le dice en voz baja que ahí no hay nadie conocido, que tal vez esa no es la sala.  Ella insiste y se acerca un tanto presurosa al catafalco y con presteza levanta la ventanita por donde se puede observar el rostro del difunto.  Lo mira detenidamente y termina aceptando que su esposo tiene razón, ese rostro pálido y tieso no le recuerda al de su hermano.  Bueno, aunque la muerte a veces desfigura, llega a pensar.

Nuevamente es interrumpida ya no por su esposo, sino por una hermana de su cuñada que la toma con cuidado del codo y la dirige hacía la puerta. 

Le dice: Doña Mery, el velorio es allí en la otra sala- Ella con un gesto de tranquilidad camina seguida de su esposo hacía donde se dirige la mujer a la que empieza a traer a su memoria de tiempos remotos.    Su esposo se le acerca y le dice: Si vio que ahí no era.

Si, si- responde ella -yo si vi que mi hermano quedó muy distinto.

Entre risas la cuñada aclara e interviene en la conversación.  Doña Mery es que en esa sala estaban velando una mujer.

A pesar de lo lúgubre del lugar, las carcajadas ahogadas fueron incontenibles.